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Blog de las Aventuras de Tatoo Adventure Gear

Mar

15

“No era lo que esperaba, pero estoy satisfecho”


Cómo ya estamos cerca de mudarnos a nuestro nuevo hogar en Punucapa, región de Los Ríos, decidimos con Claudia (más bien decidí y la convencí con sucias artimañas) hacer el último trekking largo de la temporada en el cajón del estero Las Tragedias, cerca de Pichirrincón, entre las regiones del Bio Bio y Ñuble.

Como siempre, cada vez que estoy aburrido navego por la cordillera virtual de Google Earth buscando lugares que sean atractivos para conocer. Un área que me faltaba era San Fabián de Alico, así que empecé a ver qué valles, ríos o montañas se veían interesantes y di con un montón de lagunas diseminadas por lo que pareciera ser (por la forma solamente) un antiguo y gran cráter y que desaguan por un solo río, el estero Las Tragedias.

Buscando información di con una página donde sale una descripción del trekking a Las Marmitas de las Tragedias, una serie de cascadas al estilo de las siete tazas, pero más sencillas, quedan al interior del valle y estero de Las Tragedias. Ese era el camino para llegar cerca de las lagunas y cómo decía que tomaba solo 4 horas desde el auto, Claudia aceptó ir con un poco más de peso e instalar un campamento más pro cerca de las lagunas para luego salir a recorrerlas.

Partimos felices desde Santiago el jueves cerca de medio día y llegamos a la pasarela que cruza el río Los Sauces ya cerca de las 19:00, por lo que cruzamos de inmediato y tomamos el marcado sendero que va río arriba. No pasó media hora y estábamos en la confluencia del río Los Sauces con el  río González y siguiendo el sendero continuamos por la orilla de este último.

Quedando poca luz natural, acampamos en el primer plano que encontramos y que resultó tener un gran nogal que nos cobijó esa noche. También había varios manzanos y el río corría cerca por lo que el agua no fue problema. Dormimos bien pensando que el día siguiente nos iba a tomar unas tres horas llegar a las marmitas.

Partimos caminando a las 09:30 y a las 09:35 ya estábamos muertos de calor con el sol directo frente a nosotros, mal indicador de lo que nos esperaba.

El sendero pasa por una casa/campo abandonados y luego toma una buena subida que nos hacía pensar que íbamos a ir ganando altura de a poco, pero como siempre, el sendero vuelve a bajar a la altura del río y se pierde todo lo ganado. En todo caso la vista desde la cuesta hacia el cajón de González es maravillosa.

Revisando las notas de la página (que tiene detallado los hitos del camino con tiempo y distancia recorrida) nos dimos cuenta que nos iba a tomar más de lo que pensábamos llegar al campamento.

Otra media hora en medio del valle González y tomamos el desvío hacia el maravilloso cajón de Las Tragedias. El primer tramo es por un antiguo bosque quemado que ahora es una planicie de piedras, tierra y matorral bajo, lo que hace que con el sol de mediodía el calor sea agobiante. Unas cuantas cuestas por un sendero bastante suelto por los caballos de los arrieros terminaron por cansarnos y optamos por recuperarnos debajo de un solitario ciprés. Nuevamente leímos las indicaciones que llevábamos y decía que a dos kilómetros había un pequeño bosque donde corría un estero. Nos quedaba poca agua y eso sonaba como la salvación del día.

Pasamos un pequeño bosque y estaba más seco que empanada de milo y el calor ahora se sentía como un verdadero horno, pues el suelo de roca se calienta y hace que todo el aire sea tibio.

Otra cuesta más, tomarse la última agua que nos quedaba y seguir caminando hasta finalmente encontrar el bosque y un delicioso estero de agua fresca que nos salvó el día. Para nosotros se nos hacía evidente que la descripción no era la más certera y quien la había hecho era un mutante ultra entrenado y probablemente había ido por el día o en formato ultra liviano.

A esas alturas del valle el paisaje era hermoso hacia donde uno mirara y la expectación de lo que venía era grande. Paramos a descansar y almorzar unos sándwiches de salame con tomate, pero en cuanto sacamos las cosas nos invadieron las chaquetas amarillas. Totalmente sitiados por ellas, dejamos un trocito de tomate en una roca para que se fueran  por él, pero no surtió mucho efecto así que engullimos todo rápidamente y nos fuimos, dejando ese pequeño trozo de tomate herido de muerte por decenas de abejas furiosas. Ya nada podíamos hacer por él (a nuestro regreso no encontramos rastro de él).

Una hora y algo más tarde llegamos a un puesto de arrieros, que era nuestro hito más claro del trekking de ese día. Ya estábamos dos horas atrasados respecto a la descripción de la página, la que decía que faltaban 2,3 km para llegar a las marmitas y que tomaba 20 minutos recorrer esa distancia. 2,3 Km en 20 minutos quiere decir que se camina a prácticamente a 7 Km por hora cuando la velocidad promedio es aproximadamente 5 Km por hora en ciudad o terreno plano sin carga. Algo no cuadraba con esa descripción.

Nos demoramos una hora en llegar a Las Marmitas y ahí decidimos acampar. Armamos la carpa, dejamos los sacos y cosas dentro y partimos a conocer Las Marmitas y unas cascadas que quedan un poco más arriba, que son hermosas y valen por sí solas el esfuerzo. Estuvimos harto rato pero el hambre nos hizo volver al campamento a preparar la cena.

Nuevamente, bastó sacar las cosas para que las chaquetas amarillas aparecieran, lo que ya tenía con los nervios de punta a la Claudia. Vimos que había varios restos de fogatas, así que decidimos hacer una para espantar a las chaquetas amarillas. La fogata era chica y siempre bien vigilada y contenida. No surtió mucho efecto pues las abejas se paseaban como Pedro por su casa, se ponían al lado de la fogata y el humo nos molestaba más a nosotros que a ellas.

Lo que hizo que se fueran fue el frío del atardecer, por lo que finalmente pudimos comer en paz. Además que muchas de ellas se habían ido lejos de nosotros, atraídas por mis zapatos y calcetines. Parece que mi olor a pata es un manjar entre el mundo de estos bichos.

Esa tarde Claudia ya no quería saber más de abejas y otros bichos y quería volverse a la mañana siguiente. Usando todas las técnicas de convencimiento, psicología inversa, pucheros y cuanto sucio truco tenía en mi repertorio logré convencerla de quedarnos un día más y partir a buscar las lagunas.

Estábamos en la cena cuando escuchamos voces y vimos una tropilla de arrieros bajando por el otro lado del estero, así que decidimos seguir esa huella al día siguiente, pues pensábamos que nos podía llevar a las lagunas, ya que por nuestro lado no encontramos ni una huella que fuese en esa dirección. El resto de la noche nos dedicamos a jugar con las linternas, esperar a que salga la luna y relajarse al lado del fuego.

La mañana siguiente nos levantamos tipo 07:30 y como aún hacía frío no había abejas. Nos pusimos las mochilas cumbreras (ultra livianas de solo 50 grs.) con agua, comida para el día, linterna y algo de abrigo, cruzamos el estero y partimos siguiendo la huella de los arrieros. A los 200 metros se divide en dos, tomamos la de la derecha que nos llevaba en dirección del estero y supuestamente hacia las lagunas. Pasamos varios bosques muy lindos y fuimos ganando altura hasta que salimos a un plano donde tuvimos vista completa de la entrada al valle de las lagunas y confirmamos lo que ya pensábamos, que íbamos para otro lado.

Había un cerro que yo tenía por referencia de que a su izquierda estaba la laguna que da nacimiento al estero de Las Tragedias y erróneamente pensé que era el que estábamos viendo, por lo que le dije a Claudia que continuáramos por el camino (hacia el valle de las lagunas no había huella y sí un gran bosque).

Subimos por entre medio del bosque, a veces muy frondoso y fresco, hasta que llegamos a una maravillosa gran planicie tipo altiplano ya casi sobre la línea del bosque y decidimos continuar por ella hasta un pequeño cerro que se veía fácil y desde donde yo suponía se tendría vista a alguna maldita laguna.

Subiendo el cerrito y cómo Claudia iba atrás media cansada, le dije por señas (no me escuchaba a lo lejos por el viento) que me esperara y que yo iba a ver si se veía alguna laguna. Partí en modo ultra rápido (como estaba descrito en la ruta que teníamos de referencia) y seguí loma tras loma hasta llegar casi al final del valle y como era obvio, nada de la laguna que esperaba ver.

Solo vi dos pequeñas lagunas en todo el lugar y un paisaje increíble donde se veía hasta el nevado de Longaví, adonde pocos días antes  habíamos ido por el Achibueno a las lagunas Cuellar. Paré a tomar agua y me di cuenta que yo andaba con toda la comida y que ya había pasado más de media hora, así que la Claudia debía estar un poco furiosa. Tomé varias fotos, admiré el paisaje que es hermoso y partí más rápido que un motoboy de vuelta para que no me retara.

Iba raudo en el camino y me empecé a acordar de una tira cómica de Olafo El Vikingo que era acerca de que él iba corriendo a su casa y decía “uff, si llego tarde Helga no me habla” y luego paraba y decía “¡pero debo estar loco, entonces para que corro!”… cuanta sabiduría.

Llegué haciéndome el simpático y logré disminuir la ira de Thor lo suficiente para que bajáramos a la sombra de unos robles a comer algo y descansar con una increíble y tranquila vista a las montañas. Ese paisaje me trajo nostalgia de mis trekking por Puyehue, donde el paisaje de la Pampa Frutilla es similar a este. Estuvimos un buen rato mirando el paisaje y sintiendo el viento fresco a la apacible sombra de los árboles. Una tarde perfecta.

Bajamos con calma y llegamos al campamento a media tarde, nuevamente en medio de un gran calor, el que nos motivó a ir a Las Marmitas y bañarnos. Fuimos a la parte alta y elegimos un pozón cerca de las cascadas (que ponía intranquila a Claudia, que se imaginaba cayendo al vacío arrastrada por la corriente). El pozón tenía poca profundidad y corriente y nos bañamos como corresponde, en pelota. Yo pude nadar un poco y Claudia más bien se refresco sin nadar.

Bajamos al campamento a preparar la cena y nuevamente encendimos la pequeña fogata, pues era agradable. Esta vez estábamos cansados y relajados después del baño por lo que nos dormimos temprano.

Al día siguiente tratamos de salir temprano pero no hay caso, terminamos partiendo casi a las 10:00. Claudia no se sentía muy bien pues el calor y el esfuerzo de los días anteriores le habían causado un malestar, pero a medida que fuimos caminando, se fue sintiendo mejor. Paramos varias veces en el camino y bajamos con calma admirando el paisaje pues el Valle de las Tragedias es muy hermoso en su vista al poniente.

Nuevamente hicimos una parada larga en el río González donde nos refrescamos y unos patos corta corriente amablemente nos saludaron. Seguimos el sendero y nos encontramos con seis motociclistas en motos enduro y fue bastante extraño verlos ahí, en un sendero de arrieros y peatones. Después de eso una última parada en la junta de los ríos González y Los Sauces y bajar directo a la pasarela. Nos demoramos más de seis horas en llegar al auto.

Guardar las mochilas, cambiarse de ropa (siempre dejamos una muda de ropa para la vuelta) y de zapatos y partir manejando de vuelta a Santiago. Un largo viaje de retorno nos encontró llegando a nuestro departamento como a la una de la madrugada, para variar muy cansados pero muy contentos de haber conocido uno de los lugares más lindos que hemos visitado.

Por Fernando Fainberg, marzo de 2018.

 

 

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