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May

07

Unidos por una cuerda


Por: Sebastián Rojas

Editado por: Francisca Hernandez

Hace más de 26 años atrás, mientras estaba en el vientre de mi madre, aún forjándome como individuo, tuvimos nuestra primera unión por una cuerda durante 9 meses, el cordón umbilical que, como todos sabemos, une a madre e hijo durante el embarazo y es la línea de vida que mantiene al pequeño a salvo durante todo ese tiempo. Luego, al nacer y crecer, ella me ayudó a dar mis primeros gateos y pasos por el mundo, asistiéndome siempre en cada momento en el proceso de construcción de mi persona y brindándome toda las oportunidades que un hijo podría desear. Ella fue durante mucho tiempo la guía y mentora en mi vida, mujer maravillosa que siempre me orientó para saber qué camino tomar, por dónde pisar y qué senderos evitar. Pero aún más importante que eso: me enseñó el mayor propósito para disfrutar y vivir mi vida: La Montaña.

26 años han pasado y con gran orgullo, felicidad y honor puedo decir que aún seguimos unidos por una cuerda, pero no metafórica, sino real y palpable, una de esas que se utilizan para denominar aun grupo de personas en montaña como cordada. ¿Pero qué significa este término y qué implica unirse a otro ser humano? Muchas veces las cordadas en montaña no necesariamente se encuentran unidas mediante algún tipo de elemento, pero aún así, forjan una íntima relación de confianza recíproca, y ya sea que esté presente o no la cuerda, se siguen sintiendo unidos, por lo que a mi parecer, quienes son cordadas, siempre se mantendrán conectados, pase lo que pase; sea mientras ascienden una montaña o si están separados por miles de kilómetros, eso no importa, existe algo que siempre los mantendrá juntos y lo que afecte a uno afectará al otro, como verdaderos seres en simbiosis.
Esa precisamente es la relación que ahora tengo con mi querida madre: sin importar qué tan lejos estemos o cuánto tiempo pase sin que nos veamos, siempre nos encontraremos encordados por un hilo que genera un vínculo único, unión que se intensifica exponencialmente cuando compartimos juntos en la montaña.

 

I. Descubriendo la montaña

 

Mencioné anteriormente que fue mi madre quien me dio un gigantesco propósito para vivir, pues bueno, les contaré cómo: todo comenzó hace más de 11 años, cuando la acompañé por primera vez y a regañadientes a un Trekking a la emblemática Sierra de San Ramón en las faldas del Cerro La Cruz. ¿Cómo fui vestido? Pues les dará risa saber, ya que aún lo recuerdo como si fuera ayer: shorts de jeans claros, un polerón “hippie” de lana con una polera sin mangas y unas zapatillas blancas de running junto al típico bastón improvisado de madera que no era más que un palo que encontré en uno de los tantos senderos que exploramos. Ese día fue para mí una experiencia nueva, exótica y —sin lugar a dudas y sin saberlo aún— una instancia que marcaría el comienzo de mi futuro como amante de la montaña y los deportes extremos. Ese frío día de invierno del año 2007 se convirtió en nuestra primera salida juntos a la montaña. Okay, sí, una

salida bastante precaria y, por supuesto, sin ningún tipo de elemento ideal, tanto en lo que respecta al vestimenta como al equipo y, desde luego, sin los indispensables conocimientos para poder explorar la montaña con seguridad… pero bueno, todos partimos así, de algún modo. ¿O acaso nacimos sabiendo Montañismo? ¿Acaso todos tomamos algún tipo de formación antes de adentrarnos en nuestra primera aventura en la cordillera? Las respuestas a estas interrogantes sinceramente no las tengo, pero no va al punto de esta reflexión que realizo en estas páginas, por lo que es una pregunta y análisis para otra historia.

 

II. La gran aventura comienza

 

Luego de aquel primer paseo, pasaron 2 años más en los que nuestro amor por el Trekking siguió creciendo, logrando compartir diversas cumbres icónicas del Senderismo alrededor de Santiago, como el Pochoco, el cerro Manquehue y el San Cristóbal, lugares que fueron forjando de a poco mi alma y espíritu de montañero. Fui aprendiendo, al mismo tiempo, sobre las “Ciencias de Montaña”, en lo que serían mis primeros pasos en la Escuela Nacional de Montaña durante el año 2009.

Ya para el 2010, tras haber curtido nuestros cuerpos y mentes con diversas excursiones y travesías de baja y media montaña, mi querida madre me pidió que la acompañara a explorar por primera vez uno de los lugares más maravillosos de nuestro planeta, el Parque Nacional Torres del Paine, un inhóspito paraje que para nosotros significaba el primer gran desafío como compañeros y como montañeros. Pues fue precisamente ese viaje, junto a la mujer que me dio la vida, donde terminé por enamorarme de aquellas hermosas torres de granito, los gigantescos hielos milenarios, los lagos glaciares color turquesa y el legendario y poderoso viento que azotaba constantemente por doquier, manifestando su dominio en aquel vasto imperio patagónico.

¡Ah! Ese viaje… aquella hermosa experiencia culminó por generar un poderoso nudo en nuestros corazones imposible de desatar. Esa cuerda de infinitas fibras y gran resistencia, es la que nos permitió continuar siendo una verdadera cordada madre- hijo dispuestos a conocer todo, darlo todo y compartirlo todo.

 

III. De norte a sur, juntos

 

Tras aquel épico viaje a la Patagonia chilena, mi amor por las aventuras en la montaña creció exponencialmente, y tanto así que comencé a capacitarme de manera más intensa y a intentar desafíos más complejos en todos los ámbitos, ya fuere en Trekking, escalada, snowboard o montañas de mayor altitud y/o relativa complejidad. Los ascensos, travesías y anécdotas que tengo para contar con respecto a lo sucedido en estos últimos años no son relevantes para la historia que estoy narrando en estas páginas, ya que esto trata sobre mi madre, nuestros viajes y aventuras juntos como cordada, por lo que todo lo demás que tengo que decir puede esperar ahora.

Juntos, recorrimos de norte a sur los rincones más profundos de nuestra maravillosa cordillera, teniendo el privilegio de visitar por primera vez al volcán activo más alto del planeta, el Ojos del Salado, en las entrañas de Desierto de Atacama, lugar donde pudimos abrazarnos y llenarnos de felicidad al encontrarnos a más de 5.000 metros de altitud en la soledad de las frías arenas del altiplano con el centinela del desierto custodiándonos a nuestras espaldas.

Exactamente un año después de estar en el extremo norte del país, decidimos ir en busca de nuevas aventuras a la octava maravilla del mundo, lugar donde tuvimos la inolvidable experiencia de caminar juntos en el Glaciar Gray, la puerta de entrada a Campos de Hielo Sur. Como ya era costumbre nuestra, nos repetimos el plato y volvimos a realizar el Circuito de la W, siempre cerca, siempre protegiéndonos el uno al otro, especialmente cuando las imponentes ráfagas del viento patagónico nos hacían arrodillarnos frente a su majestuoso poder. Ese segundo viaje a las Torres del Paine fue increíble, ya que al igual que cuando lees un libro por segunda vez, descubres nuevos detalles y te asombran otros elementos que antes habías pasado por alto.La Patagonia, de igual manera que un buen libro, jamás dejará de asombrarte… eso se los puedo prometer.

La magia de las maravillas del fin del mundo definitivamente nos había hechizado a ambos, por lo que a comienzos del verano del año 2013 volvimos a visitar las hermosas tierras australes, esta vez por el lado argentino, recorriendo juntos los emblemáticos lugares de la hermosa pampa transandina y terminando nuestra aventura en El Chaltén, la meca mundial del sur del continente para todos los escaladores y montañistas provenientes de diversos rincones del mundo. Fue allí, en las faldas del imponente macizo de granito y glaciares del Monte Fitz Roy, donde decidí definitivamente dedicarme a explotar todo mi potencial en las actividades de montaña como deportista, ya que comencé a contemplar aquellas cercanas, pero tan imposibles agujas de roca no tan sólo como un sueño utópico, sino como un desafío a partir de aquel momento… Quizás, algún día, logre soñar despierto, darlo todo de mí y poder alcanzar la cima de estos gigantes de la Patagonia. Por ahora, a seguir soñando… pero no por las noches, sino que más despierto que nunca, entrenando, escalando y trabajando para estar, literalmente, a la altura de estas poderosas montañas legendarias del extremo austral del continente sudamericano.

Tras retornar a nuestro hogar luego de visitar los rincones del sur del mundo, nuestra sed por aventuras ni siquiera nos dejó desempacar nuestras mochilas cuando ya estábamos organizando una nueva travesía de fin de semana, esta vez para ir a lo profundo de nuestro querido y mítico Cajón del Maipo, aquel hermoso lugar custodiado por las hermosas murallas de glaciares, gigantescas paredes de roca y caudalosos ríos que dejan en claro el verdadero poder de la naturaleza y su dominio en el imperio de la cordillera de Los Andes. Un hermoso paseo al mirador del glaciar El Morado a fines de otoño, con la laguna para nosotros solos y la fría brisa acariciando nuestras espaldas, fue sin lugar a dudas uno de esos recuerdos que quedaron para siempre plasmados en nuestra retina, donde los colores, las sensaciones e incluso los aromas que sentimos ese día se mantienen intactos en nuestra memoria. ¡Querida madre, haces que cada lugar sea el doble de especial por el simple hecho de que estés acompañándome!

¿Que pasó después? Pues ya se imaginarán que ya era prácticamente una adicción el visitar las montañas junto a mi compañera de vida y nuestras aventuras nos llevaron a diversos lugares y rincones de nuestra queridos Andes infinitos, incluso acompañándome a una carrera de Trail Running en el cerro El Roble, donde ella corrió por los 5 kilómetros cerro arriba. Y a modo de premio por su esfuerzo, la montaña nos permitió contemplar uno de los fenómenos meteorológicos más hermosos de la cordillera de la Costa: una inolvidable cascada de nubes que provenía desde los valles costeros para adentrarse de manera suave y elegante por los valles centrales. Meses después, ya más entrenados, preparados y capacitados, nos propusimos el desafío de ascender El Plomo, el Apu de Santiago como era conocido por los Incas. Esta montaña siempre fue un sueño para mi madre, pero la veía tan lejana y difícil que nunca creyó, por lo menos durante ese momento, que podría pisar su cumbre.

Lamentablemente en ese intento no logramos llegar juntos a la cima, ya que una tormenta eléctrica y una fuerte nevada nos mantuvo acurrucados en nuestra carpa durante 3 días, pero tras 9 meses en el vientre de mi madre… ¿Qué mejor que volver a estar abrazada junto a ella por 72 horas sin poder moverme? ¡Esa es la unión madre-hijo que tenemos! Mientras más juntos estamos, más feliz me siento.

 

IV. La ambición por la cima

 

Tras nuestro fallido intento A El Plomo, una parte de mi madre se quedó en la montaña… ¿Pero qué era? Me tomó tiempo descifrarlo: el miedo. Luego de esa inolvidable experiencia en una feroz tormenta de nieve, viento, relámpagos y frío extremo, algo había cambiado en mi querida cordada, ya que ahora no sentía ese miedo a lo desconocido, ni menos al fracaso. A pesar de haber fallado en este intento, mi madre vio esta expedición como una excusa más para volver a intentarlo, sin importar las condiciones de la montaña y sin importar cuanto tiempo y trabajo le costaría lograrlo. Así fue como continuó preparándose y entrenándose para conquistar al Apu de Santiago, compartiendo nuevas cimas y travesías juntos en el camino, como hermosas aventuras en el Embalse El Yeso o una linda travesía en Vallecito, a las faldas del Cerro Provincia. Todo el año, durante cada día, Lidia Carvajal se preparó mental y físicamente para conquistar su sueño, ya que para ella, al igual que para mí, nuestros sueños se logran despiertos y no durmiendo en la oscuridad de la noche.

Frío, cansancio y mal de altura… estos 3 elementos tienden a ser los más traicioneros en la montaña y lamentablemente mi querida madre tuvo que lidiar con ellos durante los siguientes años en sus intentos por ascender su montaña soñada… no una, ni dos, sino que tres veces, siempre manteniendo la pasión por seguir intentándolo, a pesar de sus fallidos ascensos anteriores.
¿Cuándo fue que logró su sueño? Pues la respuesta a esa interrogante, mis queridos amigos, se las narraré en otra historia, ya que Lidia Carvajal, mi eterna cordada y compañera, ha cumplido en estos 3 años —y antes de volver a darle la revancha al Apu de Santiago— muchos otros sueños que merecen ser narrados.

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Comments ( 3 )

  • Un relato que dejara emocionada a tu madre! y podría llamarse además, Las aventuras de Lidia.

    Felicitaciones por la unión que hay entre ustedes.
    Y que sigan aventurándose en la vida y por las montañas.

    • Francisco : Mil gracias , hummmm !!! Tengo tantas aventuras que daría para un libro o más … quizá sea como “ de Los Andes a los Apeninos “ …. sigo soñando ⛰

  • Súper!!!! relato!!!!!!, aunque esa vez no relacioné a las personas, si supe que madre he hijo eran escaladores!!!! Muchas, pero muchas felicidades ha ambos!!!, Ah, como dicen los expertos en comunicaciones, cuál fue la Fe de erratas, me gustaría leer la anterior narración y porqué la edición.

    Caundo uno habla… también hay que editar????

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